Un intercambio siempre es una experiencia inolvidable. Y más si vas con gente a la que quieres y aprecias. Quizá no se aprenda tanto como en uno en que vas on your own, pero lo uno no quita lo otro. Si a esto le sumamos una genial ciudad como es Berlín, y un colegio diferente a lo que estamos acostumbrados...Se da una conjunción de elementos que hacen que identifiquemos eso como algo que querríamos que durase para siempre.
Everlong
Tras un extenuante viaje, nuestra expedición llegaba a puerto (aero, pero puerto). Allí nos esperaban unas 60 personas, con efusivas y nerviosas expresiones, posible reflejo de las nuestras. Tras unos breves instantes en los que se te olvida el "Angueneém" llevas memorizando toda la recogida de maletas, la persona con la que conivivrás 7 días te recibe mirando tu cara de flipado. Tiene una sonrisa en su semblante. Puede ser por la emoción, por no saber cómo reacción, por puro nerviosismo, o por tu simple expresión de alucinación, la cual es bastante cómica.
Después del viaje extremadamente largo para lo que estamos acostumbrados en nuestra pequeña "metrópoli", el lugar donde intentarás descansar tu estresado cerebro abre sus puertas. No hay tiempo para más. Conocer a la familia, saciar tu hambre si existe espacio en tu estómago y a dormir.
En un tiempo quizá no tan largo como se quisiera estás de nuevo con cara atónita ante el colegio. Has desayunado a la alemana y estás todavía con la sensación de intentar no estorbar en medio del ajetreo mañanero de la casa. Por suerte te encuentras caras conocidas.
Se planean las primeras actividades mientras intentas adecuar tu oído a la lengua extranjera. Generalmente, los años de estudio poco sirven si no has tenido una verdadera inmersión cultural.
Y, por fin, Berlín. El Berlín de las películas, de las revistas, el Berlín de verdad. En el viaje en el S-bahn solo se oye a los españoles. La gente los obvserva callada. Quizá intenten adivinar de qué hablamos. Quizá no tienen nada mejor que hacer. Quizá solo piensan en el duro día que tienen por delante. Quizá usen el metro para reflexionar. Quizá han venido solos. Por eso quizá les haga olvidar por momentos las comparaciones entre una casa y otra, entre tu familia y la mía; para pararse a mantener el evidente equilibrio que están rompiendo.
Sería excesivo relatar todo lo que vieron de Berlín, y sobre todo lo que les quedó por ver. Creo que basta con mencionar el unánime agrado que produjo la ciudad en ellos, y las ganas de repetir la experiencia algún día.
A parte de en la amada city, las horas se emplean en acompañar a tu anfitrión a sus respectivos compromisos, o a convencer a éste de que sería un gran momento para volver a oir tu lengua madre, bajo la excusa de ver a los amigos...¿o era al revés? En cualquier caso, cada uno era diferente. Amistades, puñaladas, odios acérrimos y toda esa serie de cosas, se comparten en todos sitios por igual.
Pero eso es algo secundario.
Si eres el huésped todo está a otro nivel. Quieres que, en el fondo, se haga todo para agradarte. Y un poco es así. Te sientes un tanto monarca. Y es "adictivo", dentro de lo que puedes mandar, que acaba siendo cero; pero siempre hay ese punto de decir: "vamos a intentarlo", que te anima a ver si la gente es so kind. Afortunadamente lo es, y dejas ese lado avaricioso, y todo es más agradecimiento.
Éstas son solo reflexiones sobre un intercambio, viaje totalemente recomendable, especialemente si vas rodeado de gente a la que aprecias.
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