No está tan mal
vivir encima de un puticlub. Bueno, no un puticlub de los de verdad, sino uno
de esos de calle intransitada, de las de una frutería de un moro en la esquina
y nada más en toda la santa calle. Date por afortunado si te encuentras la
mierda de un perro en la acera. Antiguamente en los negocios familiares de
pequeños comerciantes, el dueño del local solía comprar el primer piso del
edificio para vivir. El 1ºA, la puerta de enfrente del mío. Le quita un poco de
magia y morbo al asunto, todo hay que decirlo. También lo hace cotidiano, y eso
está bien, no hay que engañarse. El otro día un pendejo, porque era un pendejo,
nada de cretino o gilipollas. El otro día un pendejo quiso reclamar a los
buenos de mis vecinos, y salió el hijo mayor, que con sus 1,90 y sus 160
acojona un poco ciertamente, y con esa dulce boquita suya le soltó, digo dulce
porque el gordinflas es el que se ocupa del glory hole del club, le soltó los
improperios que no le dijo en aquel aciago día el padre del pendejo al pendejo.
Y qué a gusto se quedaron los dos. En sus caras la mayor satisfacción que te
podías imaginar. La gente que merece una ostia la suele encajar
sorprendentemente bien. Como diciendo “me la merecía”. Ayer mi vecino, el padre
del amigo michelín me vino a pedir explicaciones acerca de unas ligeras
alteraciones sísmicas que había detectado mientras disfrutaba de un precioso
viaje en crucero allá por su tercera fase REM a las 4:53 am. No estaba muy
contento, se ve. Tampoco entendí nunca la gente que mantiene esos horarios para
dormir. Parece que no viven seguros sin sus dogmas ateos. Hay que dormir ocho horas al día, come 5 frutas y
verduras variadas, tápate después de sudar mucho aunque haga calor, quédate en
la cama con fiebre. Lo mejor es que la mitad de ellas hoy en día vienen de un
post en Facebook no se por qué el puto Moisés no resucita de entre los muertos
y se dedica a adorarlo y tallar su sabiduría en dos lápidas de piedra. Pues el
muy gilipollas quería pedirme explicaciones por despertar a su crío, el pequeño,
que aún tiene el hueco este que se les queda a los críos cuando se les caen los
paletos, que es graciosísimo, a mí me hace reír muchísimo cuando lo veo, pero
mucho más cuando la amiga de la madre va, lo mira, y con una sonrisa culpable
abre la boca para soltar un “qué mono”. A ver si el chaval se va a traumatizar
para toda la vida porque un adulto mongolo se ría de su piñata. Aprendería más
para la vida. Como mi vecino, que cuando me miraba con esa cara roja de
proxenetismo e infamia demoníaca asociada al los vapores de la campana
extractora del puti, le dije… bueno, no no le dije nada. No le dije nada porque
esto no es verdad. Nada de esta mierda es cierta. Ni vivo encima de un puti ni
el gordo felaba por dinero. Pero es que todo esto se me ha venido a la cabeza
después de estar esperando media hora al bus de pie en la estación, sin nada
más que mirar que a un puto cartel que ponía “Osiris, limpieza y mantenimiento
de: nichos, sepulturas y panteones. Osiris limpia por ti, ¡¡contrátalo ya!!”.
Sí, con doble exclamación. Osiris el dios de la resurrección y la fertilidad y
la regenración del Nilo. Y pensé, esta mierda es carne de un monólogo de
autosuficiencia y queja del Rodrigo García. “Yo soy Gerardo y me encargo de la
maquinaria pesada.” Parecía hecho a medida. Pero esto no lo habría pensado de
no haber visto Daisy el otro día. Qué cosa. Un tipo subido a un perro-patada de
dos metros y medio para decir cuatro líneas y después ocultar el perraco detrás
de una estantería. Encima el cretino, porque era un cretino y no era un
pendejo, era argentino. A los tres cuartos de hora apareció un español para
equilibrar, y más tarde vinieron los violines y los fantasmas para acabar, tal
cual. Y lo peor de todo es que sí, me gustó. Tanto que decidí pasarme una noche
unos días tras aquello a ver cómo cocinaban una langosta en otra sala. La gran
creación de Rodrigo García, la estrella de la post-modernidad. Y también estaba
rica la langosta! Muy rica, joder, es una langosta, la gente paga más que los
10€ de la entrada por comer langosta. Y sabías que estaba bien fresca, por cómo
se movía y latía su corazón y toda la mierda. Si es que estaba muy bien.
Rodrigo García será un gilipollas con el cigarro que se estaba fumando fuera
antes de la función, que se lo estaba sujetando el argentino de Daisy, que lo
vi yo. Si eso está muy bien, porque quien fuma, sea consciente o no, lo ha
hecho para follar. La madurez que da el humo de un cigarrillo no la da nada
más. Ahí estaba yo dejándome el culo plano en el suelo de la sala donde se
estaba cocinando al pobre bicho, pensando en la vida y la muerte, la relevancia
de nuestra pobre y mínima existencia en el vacío del mundo que se entreveía en
un último brillo de los ojos del animal. Y quizás llegué a un estado mental
nunca antes alcanzado, o quizás el mismo que cuando te lavas los dientes
mientras cagas, que también me hace sentirme muy capaz y poderoso, quién lo
sabe, pero sí que salías de allí con la convicción de que aquello, era
especial. No se repetiría, te hacía más humano. Pero sin el cigarro de después
para comentarlo, toda esa fruición no es más que vicio freudiano fuera de ese
aura gris. Y el que más hace que sabe de la vida más folla, que se lo pregunten
a esas listas que lo petan en Facebook, las grandes claves de un columnista a
tiempo parcial de una puntocom que cobra por número de comparticiones en la red
social azul, porque todas son puto azules, que por un momento se fusionan con
tu pensamiento nicotinizado y te llevan a la certeza más cruda, absurda y
absoluta. La nueva filosofía de la edad de la velocidad y la inmediatez. Donde
no soy rey porque me la suda pero nadie se entera de que me la suda. Por eso
mismo casi me echan de casa. Y no sé por qué me negué, si no era la mía. Comida
con mi hermana en su tercero interior. Un cuchitril con ventana a un conducto
de ventilación y al aire acondicionado del vecino, pero qué ibas a esperar.
Mejor vivir encima de un puti. Por una cocacola zero casi me echan. Me
preguntan que qué quiero beber, y como soy un mártir y ángel caído, me pido
agua. Ante la respuesta insatisfactoria para los estándares de mi familia
política, me llovió un alud de ofertas de refrigerios: cocacola normal,
cocacola normal sin cafeína, cocacola light, cocacola zero, Pepsi max, nestea
del día que está más rico que el original, fanta lima edición especial,
schweppes, nordic mist, cariotónica pinkcow, Macario, Peter Spanton tonic, limón
y nada, blue tonic, mr q cumber, y todo aquello que se le pueda poner a un gin
tonic -porque si ahora no eres un gourmet del gin tonic no sé para qué vas a
salir de casa una noche. Y a mí los tipos que conducen un Prius eléctrico para
no contaminar y tratar de compensar la mierda que sale al producirlos, que van
al gym para hacerse fotos, o que toman cocacola zero porque no tiene azúcar
pero se echan leche condensada en el café, pues me pueden. Aunque sin duda
alguna, los que peor me ponen de todos, son los que escriben automáticamente
para desahogarse, y entre esos, los que usan un estilo que no es el suyo para
hacer como que se ríen de lo que es eso de ir por encima de todo alguna vez,
que nunca toleran y más les puede cada ocasión. Pues eso, que casi me echan de
casa y me habría ido más contento que nadie a acordarme de las veces que se han
reído de mí y no he tenido la oportunidad de ahogarme en las aguas bronceadas
de un río de mierda mientras mira un grafiti de Esperanza Aguirre riéndose del
prójimo con un bocadillo en letra en comic sans, y todo por no gastar un viaje
de los putos billetes de diez de metro.
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