sábado, 6 de noviembre de 2010

La Situación

La Reina del Sur, Arturo Pérez-Reverte
De tanto esperarlo, tensos los músculos y agachada la cabeza, le dolían la espalda y los riñones.La Situación.Demasiadas veces había oído repetir la teoría del desastre entre bombas, veras, copas y humo de cigarrillos, y la llevaba grabada a fuego en el pensamiento, como el hierro de una res.En este negocio, había dicho el Güero, hay que saber reconocer La Situación. Eso es que alguien puede llegar y decirte buenos días. Tal vez lo conozcas y él te sonría. Suave. Con cremita. Pero notarás algo extraño: una sensación indefinida, como de que algo no está donde deve. Y un instante después estarás muerto -el Güero miraba a Teresa al hablar, apuntándole con el dedo a modo de revólver, entre las risas de los amigos-. O muerta.
Entonces solo te quedará correr. Y eso haces. No es comparable a lo de Teresa Mendoza. No hubo pólvora por el medio. Pero sí tensión, miedo, y un sentimiento que te lleva al punto de no pensar en otra cosa. Vivir. Vivir. Vivir. Sobrevivir. Recordar. Quiero seguir.Aunque cueste. No te paras a pensar en lo siguiente. Una solución. Y, si puedes, corres. Corres a por ella. Corres por tu vida. Corres por los que te quieren. Corres por el futuro. Corres por la curiosidad de saber qué pasará. Corres para no hacer daño a los que aprecian.


Respiró, después de todo. La Situación no se acaba en el momento. Lo puedo asegurar. Tanto si lo esperas como si no. Empiezas a ver las cosas desde un punto mucho más real. La vida se vive, y se piensa. Se piensa mucho, se reflexiona. Existen problemas. Se toman decisiones. Se gana. Se pierde. Se disfruta. Es mezquina, injusta y perversa. O no, quizá son los hombres. Y las mujeres. Culpa nuestra. Somos complejos. Nos obcecamos. Lógico, natural. Sería preocupante que no fuera así. Sin embargo. Todo, todo. Lo bueno y lo malo, lo inesperado, lo que nos hace sentir dichosos o desdeichados, puede acabarse sin avisar. Y para siempre, creemos; pero nadie ha podido demostrar lo contrario aún. Por eso, como alguien me dijo una vez: "Al final de cada día, me tumbo en la cama con la luz, al lado de la persona a la que amo y celebramos. Sí, celebramos. Hay que celebrar. Lo que sea. Aunque no sea correcto. Puede ser que el capullo de tu jefe ha abollado el coche tontamente, o que has conseguido el más impensable de tus objetivos. Celebra, lo verás todo distinto".

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